martes, 30 de mayo de 2017

Culpa comprendida

Foto: mejorconsalud.com
Yo no quería, pero no hubo de otra. Llevábamos tres meses en completo verano y mis hormonas enloquecidas me pedían a gritos coger con alguien. Creí que me importaba serte fiel, o al menos que consideraría la opción de perder mi virginidad con una puta. Sin embargo, estando allí, resistirme definitivamente no entró entre mis posibilidades.


En serio te ofrezco excusas. Yo sé que no era culpa tuya tu incapacidad para darme el placer que siempre necesité, pero que me hizo pecar. De todas maneras debiste interpretar mejor mi disgusto, y no dejarme salir tantas veces solo con mis amigos; como aquella vez que planeamos celebrar la graduación en un bar por la séptima, pero terminamos agarrando para la 22 a un prostíbulo llamado Venus.


En esa ocasión estábamos peleando, y semanas después fue que terminamos. Me odiaste cuando supiste lo que hice y ni la explicación me permitiste dar. Ahora, en nuestro papel de ‘amigos’, que fue como quedamos según tú después de haber roto, quiero contarte lo que pasó ese día.


Luego de que nos rechazaran la entrada al bar Guadalupe, por ser un grupo de solo hombres, agarramos un bus por la carrera siete que nos llevó a la 22, “a celebrar con las necias”, decía un amigo. No obstante, la primera impresión no fue nada atractiva: abundaban los travestis, los indigentes, los drogadictos; los únicos ‘sanos’ eran los que iban a experimentar el sexo pago por primera vez y juraban que jamás volverán. Ese era mi caso.


Al llegar, unas enormes tetas cubiertas por un escote rosado y una blusa negra nos recibió a la entrada del ‘putiadero’, y nos dejó pasar sin notar que habíamos dos menores de edad infiltrados. Más adelante, un guardia de seguridad con el ojo ideal para el trabajo, nos frenó a mi amigo y a mí y nos pidió papeles. Le mostré mi licencia para conducir y se tragó la mentira enterita. A mi amigo le costó un poquito más, pero al final lo convenció y pudimos pedir una mesa para cinco, con cinco cervezas y media de guaro.


El lugar era económico y la calidad era muy buena. Las mujeres que nos desfilaban eran modelos de farándula que no cobraban más de 70 mil pesos por satisfacer a los hombres hasta su primera erección. De ahí para delante, toca pagar mínimo 30 mil más (depende de qué tan bella sea la puta) para ‘comersela’ por el resto de la noche.


Yo llevaba lo justo para embriagarme un poco, disfrutar de unos cuantos bailes personalizados de $ 5000 y volver a mi casa en un taxi sano y salvo. Cuando el presupuesto reservado para la diversión llegó a su límite, acordé con los demás terminar la ronda que nos faltaba y retirarnos del sitio, compartiendo la idea de que podría ser peligroso salir a buscar un taxi después de las doce de la noche.


Tuve que ir al baño a orinar y a calmar un poco un órgano de mi cuerpo que estaba feliz con lo que me había tocado vivir. Me pedía a gritos que no nos fuéramos sin antes sentir la experiencia completa. Pero yo pensaba que había otra persona con la que quería perder mi virginidad. Una menos experimentada que una prosti. Quizás tú, no lo sé, tu rostro poco se pasaba por mi mente. Como sea, creo que era asco por ellas lo que sentía.


No obstante, luego de calmar mi propio deseo, una estupenda, maravillosa, divina y fabulosa mujer estaba mirándome a la salida de los baños, recostada sobre la barra del bar que está al pie, con cara seductora, y unos ojos que me decían “quiero que me folles toda la noche”. Tenía un cabello castaño y liso, y unos labios que a la vista se sabía que estaban exquisitos. Vestía una blusa rosa similar a la de un babydoll; unos jeans oscuros, apretados, que resaltaban y redondeaban su enorme trasero, y unos tenis con tacón, de esos que estuvieron de moda no hace mucho.


Ella era la única que traía tanta ropa encima en todo el bar. Quizá por eso fue que no pude evitar pasar derecho sin preguntarle al menos cuánto cobraba: porque era diferente a las demás.


“50 mil el rato bebé”, me dijo. No me interesaba negociar hasta que sentí su excitante acento paisa en sus palabras, por lo que terminé pidiéndole rebaja. “Está bien bebé, 40 mil”, y eso porque gracias a Dios aún era virgen.


Mis compañeros de locuras me ayudaron con la causa, y entre todos pudimos reunir el dinero que me llevaría a conocer lo que por años solo había visto por internet. Si te lo preguntas, no, no pensé en ti antes de subir al segundo piso y pagarle al viejo que recibe el billete. Por el contrario, agarré a esa paisa rápido y subimos de una porque tenía prisa.


Estando allí, ya con preservativo en una mano y papel higiénico en la otra –que es lo que le entregan a uno cuando hace el desembolso- duramos diez minutos esperando a que desocuparan una habitación. En ese lapso me enteré que mi primer polvo tenía 30 años, 12 ejerciendo el oficio; que tenía un nombre, el cual no recuerdo, y que ya era mamá de un muchacho que tenía la misma edad que yo (17) y se llamaba igual: Sebastián.


Cuando al fin salieron de un cuarto una muchacha con cara de estudiante primípara y un viejo cincuentón, entramos a nuestro ‘nidito de amor’, mientras acomodaba mi pantalón que estaba fastidiándome más de lo usual. Mi paisita cambió las sabanas y se encerró en el baño para ponerse algo más “cómodo”. Salió con un bikini blanco de pepitas negras, y luego se postró en la cama con piernas abiertas, como dándome vía libre para hacer valer mis 40 mil pesos.


Increíblemente, por si te niegas a creerlo, jamás pensé en ti mientras hacía chillar la cama. Estaba concentrado en dejar una buena imagen y el olor de esa prepago era tan enloquecedor, que era imposible pensar en algo diferente. Haz de cuenta que era perfume de dama estrato seis.


Sin embargo, y para tu consuelo, ante la ansiedad que ocasiona tener una mamacita, experimentada y paisa mujer en mi primera cogida, debo confesar que no duré más de cinco minutos en el acto. A ella no le sorprendió para nada. Incluso me preguntó si seguíamos de largo hasta las seis. Por razones de seguridad me despedí dándole un beso en la boca y ella me respondió que bueno y que vuelva pronto.



No fue tan enseguida, pero ahí estuve buscándola nuevamente, ya con mejor motor para la corrida. Fue el año pasado, después de varios meses de haber terminado. Desafortunadamente no la encontré, y me tocó a una cachaca invertirle los 40 mil. En aquella ocasión sí me acordé de ti, aunque no de gran manera. Pensé: “debería traer al man con el que me puso los cachos un montón de veces.  De pronto a él también le queda gustando y la deja sin nada”. 


*La historia relatada no es propia del autor. Aquel optó por usar la primera persona para expresar de una mejor forma la anécdota de un amigo.

Por: Clasiquero

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sábado, 27 de mayo de 2017

El fútbol debería aprender del ciclismo

Por: CONDORITO
Foto: Televisa Deportes
Adoro el fútbol. Los que me conocen saben que vivo pendiente de él, de lo que pasa con mi equipo, y que creo firmemente en que no hay mayor orgullo para los colombianos que cuando a los futbolistas les va bien internacionalmente. Sin embargo, en los últimos años sí que se ha vuelto una recocha. Debería tratar de parecerse un poco al ciclismo. 

Ahora que me estoy despertando todos los días a las siete de la mañana en punto para ver el Giro, he caído en cuenta de lo fantástico que sería el juego del balón si sus actores principales y secundarios actuaran con un cuarto del profesionalismo que tienen los pedalistas. Aunque no deje de ser un espectáculo un deporte que genera violencia; que está lleno de engaños desde las dirigencias hasta los propios protagonistas; que paga millonadas de dólares a personas que aportan cero y nada a la protección y evolución del mundo; y que tiene acción una vez por semana –disque porque los jugadores no son ‘maquinas’-, sí sería mucho más atractivo si reparara todos estos ítems.

El ciclismo se ha vuelto una locura para este país, no solo por lo bien que ha sabido llevar los puntos negativos que dañaron al balompié, sino porque además apareció una generación prodigiosa de ‘escarabajos’, y ahora de sprinters, que ilusiona con dejar el nombre de Colombia más alto de lo que hasta ahora lo han hecho los jugadores de fútbol. Aunque qué ironía: ni así, siendo una potencia mundial no solo con Nairo, Gaviria y compañía, sino también con Mariana en otra modalidad, podemos preferir otra disciplina diferente al soccer, o que por lo menos nos enorgullezca de la misma manera.

Por esto considero que debería mejorarse: tratar de imitar un poco la pasión con la que pedalean los velocipedistas, para que valga la pena tener en la cima a ídolos de verdad, y no a lagartos que ignoran tres palabras claves a la hora de ejercer su profesión: honestidad, seriedad y humildad.

Que terrible es tener que permanecer atento a unas competiciones y enfrentamientos de equipos que están untadas de mermelada por todos lados. Y digo “tener que” porque desafortunadamente ver a 22 jugadores pateando un balón, sigue siendo uno de los mayores placeres que da la vida, aunque sepamos que muchas veces nos roban la plata, o que el resultado del partido o torneo ya está escrito y ‘firmado’ desde hace tiempo.

En el ciclismo es fabuloso ver que aquel que tildaban de “drogado” por mostrar una resistencia mayor a sus contrincantes, mañana, no dentro de siete o diez días, le pueden dar churrias y perder más de dos minutos, o sencillamente agotarse y ceder la camiseta de líder a falta de dos etapas de acabar la carrera. En Colombia lo que pasa es que no nos gusta este tipo de sorpresas, ya que estamos acostumbrados a que en el fútbol hay quienes predicen nuestro destino. Imagínense que pasaría si Zidane fuera el jefe del Movistar, Nairo quizás no sería el líder, sino más bien un gregario o un desaparecido que no lo postulan nunca para competir en una gran vuelta.

Por otra parte, sí que se ha vuelto una mamera aguantar la delicadeza con la que han disfrazado a los futbolistas. En una gran competencia, llámese Giro, Tour o Vuelta, los ciclistas pedalean 21 días seguidos por más de tres, cuatro, cinco y hasta seis horas, sufriendo caídas, dolores estomacales, calambres y agotamiento intenso en las piernas, y aun así cruzan siempre la meta durante las tres semanas. Sin embargo, los clubes de fútbol sacan comunicados y reportes médicos que dicen “dos semanas ausente para Fulanito por 'cansancio físico'”. Enserio se ha vuelto patético. Y a los equipos también les toca rotar la plantilla cuando hay partido entre semana, ya que ‘ellos no aguantan tanto desgaste’.

Ah, y ni hablar del arquetipo del futbolista: la mayoría parecen cantantes de reggaetón, miran por debajo del hombro a su rival inferior y cobran hasta 420 mil euros semanales por ejercer una actividad que ni aporta, ni ayuda a la sociedad o al planeta. Es decir, creo que ni los mejores médicos, científicos, astrónomos o filósofos ganan el 20 % de lo que les llega a la cuenta a estos trabajadores del deporte. ¿Enserio ofrecen 200 millones de euros por un jugador? Antes eso era una oferta muy generosa que se le hacía a un club por todas sus acciones. En las carreras de bici no existe punto de comparación. Basta decir que si Nairo gana el giro el domingo, únicamente le consignaran 130 mil euros, el 13 % de lo que recibe Cristiano por trabajar cuatro veces durante 30 días. No es que sea poco el salario de los ciclistas, más bien el de los futbolistas es excesivamente exagerado.

Finalmente, que feliz sería si se acabaran estos payasitos de circo que se creen actores de largometrajes ficticios, y se la pasan tratando de engañar al árbitro y al aficionado. Los Neymar, los CR7, los Luis Suarez, todos son lo peor que le pudo pasar al fútbol en términos de honestidad. En la vuelta a Italia vimos que existía una regla similar al Fair Play, que le impide a los pedalistas hacer cosas como estas. Una regla en la moralidad: si alguien se cae, los demás lo esperamos; si alguien le da la pálida, los que están sin compromiso lo arrastran hasta la cima. Lo ideal sería que los entes dirigenciales conmovieran el espíritu de buen perdedor y buen ganador en el soccer, pero sabemos que la mala maniobra proviene más de ahí que de cualquier otro lado.

El fútbol para mí nunca soltará la corona, pero tiene un repertorio de cosas por corregir y aprender del ciclismo, que es con méritos el deporte nacional de Colombia. 

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